DE PANDEMIA CITY A CIVITAS SANA

Ángel Pérez Mora

Arquitecto y Escritor, Fundador deciudad.es

Llega una nueva crisis a causa de una enfermedad desconocida. Falsos  profetas ven en “el coronavirus” el fin de nuestras ciudades y retoman el viejo discurso del regreso al  campo. Sin embargo al campo solo puede volver el que aprendió a trabajar la tierra. Pues no hay libros que enseñen a leer las líneas que, cada tarde, el cielo dibuja en la tierra, como lo hacía la generación que se ha llevado “pies por delante” el maldito “bicho coronado”.

El encuentro en el mercado es el origen de la ciudad. Si rigen en ella principios de justicia y educación, la ciudad genera riqueza y cultura. Después, en igualdad de condiciones, hay unas que crecen más que otras. La ciudad que crece,  se concentra. Y el hombre, gracias a la ciudad, mejor vive y mejor piensa.

Roma creció desmesurada, también hacia arriba. Las insulae, casas de pisos, llegaron a tener 7 plantas. De siempre, las epidemias se ceban en la concentración urbana, pero es en ella dónde el ingenio afila mejor su punta. Hace más de dos mil años que bajo el suelo de Roma se trazó la Cloaca Máxima, a nadie hace falta explicarla.  

La necesidad ha sido siempre la madre de la ciencia. A lo largo de la historia incendios y pestes han aleccionado a tratadistas a separar fachadas y a ensanchar vías. El urbanismo ha avanzado más contra la enfermedad que con los teóricos de la ciudad perfecta. Las grandes reformas de las ciudades europeas, han venido a lo largo de los siglos  XIX y XX demoliendo cochambres y ventilando interiores en su lucha contra las enfermedades contagiosas. Mucho antes, se consiguió atajar el cólera reconduciendo las aguas negras. Todavía hoy, a los que defienden rehacer ciudad a base de ensanchar vías se les llama higienistas. 

Contra la pandemia otra vez nos cocinan el mismo plato de sanas urbanizaciones de extrarradio. Pero el coste en servicios e infraestructuras de las arcadias de baja densidad es 10 veces superior a los pisos de toda la vida. El virus ha ganado la primera batalla a la ciudad, pero ha sido en nuestros espacios compartidos y en nuestros transportes públicos. La ciudad concentrada progresa. Es preciso rediseñarla limitando movimientos habilitando corredores de bicicletas y concentrando servicios por cada barrio con radios de distancia de 15 minutos a pie.

No habrá más remedio que echar las fachadas más atrás, si el colectivo sanitario viene a pedirnos aceras más amplias. Las ciudades ya hechas solo pueden ensancharse a base de crecer hacia arriba. La ciudad post-coronavirus tendrá que ser más vertical. Será necesario más de un borrón para hacer una cuenta nueva.

Nos explicaron la ciudad y la historia como una sucesión de hechos y cosas: medieval, renacentista, barroca, decimonónica… Nadie nos dijo que gracias a sus acueductos, las ciudades que fueron romanas, sobrevivieron a mil años de medievo. Salamanca y Santiago fueron reconocidas mundialmente por ser ciudad-universidad. La ciudad es alimento de la ciencia y sus plazas el templo de la libertad. Allí el vasallo de feudos, “massmedias” y otros amos, tiene poco que hacer ante el boca a boca del que vive de su trabajo con orgullo y con respeto a sus iguales: el  ciudadano. Del fin de nuestras ciudades, solo cabe el regreso a una segunda Edad Media. Pandemia City debe ganar la guerra al coronavirus. El futuro será sin duda urbano, habrá que ponerle un lema: mens sana in civitas sana.

Cada vez que nos lanzamos sobre una nueva ciudad, algo se cruza a nuestro paso que nos sabe a ‘déjavu‘. El paisaje urbano es un entremezclado de calles y edificios salpicados por marquesinas y tiendas en franquicia, que se repiten aquí y 2.000 Km más allá. Las ciudades se parecen cada vez más, pierden señas de identidad, pero no nuestro interés, son tierra para la oportunidad.

En Roma los esclavos, apresados en guerras, podían pagar su libertad tras años de trabajo. En el medievo, comerciantes y oficios fijaron determinados lugares para hacer trueque de trabajo por género y fundaron así los burgos. Ciudades que fueron surgiendo por Europa donde hombres sin tierra ni apellido sobrevivieron y pudieron progresar: los burgueses.

A nuestras ciudades del XX tuvo que emigrar mucha gente de donde el secano no daba para comer a más de dos. Muchos barrios empezaron en un desarraigo; pero también allí fueron enterradas boinas y barratinas para bien de muchas cabezas que así ampliaron sus miras.

La historia volcó gracias a París con su toma de la Bastilla y a Madrid con su pueblo descamisado alzado contra el ejército francés el 2 de Mayo. Cosas así solo pueden pasar en ciudades, en ellas no duran mucho las mentiras. Por eso las tienen miedo los tiranos.

El lugar para el encuentro “a mano tendida” es hoy frágil ante el virus del contagio. Las ciudades que crecen, atraen a las mentes más inquietas. Las universidades orbitan alrededor de las mejores ciudades. Contaminación e inseguridad son peajes que hay que pagar en los lugares donde es posible un gran hospital.

En los 80, la transición política y el despertar de un Madrid más libre que nunca se fundieron en las letras de una música imaginativa y divertida. El lamento matutino del grupo Mecano ‘Hoy, no me puedo levantar’ tenía, como cara B de su primer single, un himno naif a las noches urbanas: «Quiero vivir en la ciudad».

La ciudad es escondite, misterio, cine… ¿Qué es el cine sin Nueva York?  La ciudad es imaginación. Sin Londres no existiría Sherlock Holmes, ni James Joyce sin Dublín ¿Qué sería de Galdós sin Madrid? La ciudad es suma de pasiones y dolor, caldo de nuestra mejor poesía. Sanadora de la peor pandemia, la del corazón. Pongan nombres de poetas a estas hermosas ciudades: Granada, Málaga, Sevilla o Cádiz, que a esa ciudad, dónde regresarás siempre fugitivo, ya le puso música Joaquín Sabina.

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