LA CIUDAD Y LOS LIBROS
Si la ciudad de los museos quiere apostar por cultura propia más allá del centro cultural debe vigilar por el urbanita que lee y pasea…
Nunca imaginé las posibilidades que podían brindar calles y andenes para leer, hasta que un cambio de domicilio obligado me dejó un fin de curso a más de 2 horas de la universidad. En cualquier calle solo hacían falta unas condiciones mínimas de sol o sombra según la época del año, para poder desenfundar aquí o allá unos apuntes. Bastaba una pared, un seto que pudiera dar lugar a la formación de una espalda. O un simple desvío del camino más frecuentado por la gente en un andén o en una estación de autobús o metro.
Recuerdo espacios anodinos que un simple banco convertía en especiales. La isla central de Callao, sobrevivía rodeada por una baranda donde la gente se sentaba devolviendo la mirada a los que venían del metro saliendo del suelo. Una bancada que cerraba en ángulo de piedra una de las islas sin coches del Paseo del Prado fue vital para aprobar más de un examen. Recuerdo mi carpeta en otros bancos que como piezas de ajedrez salpicaban los tableros de parterres con que se rodeaban algunos edificios institucionales. Todos esos lugares amortiguaron bocinas para interiorizar palabras entre renglones.
Si la ciudad de los museos quiere apostar por cultura propia más allá del centro cultural debe vigilar por el urbanita que lee y pasea, quien precisa ejercitar el don de la ubicuidad ya sea para lectura o conversación. Debe cuidar que en sus aceras más concurridas no falten remansos compaginando bancos y sombras. Así surgió el primer Foro en la clásica Atenas, construyendo sombra junto a un camino muy frecuentado.
Muchos resaltos entre calles dan para una bancada en piedra como la que compagina calle y plaza frente al Teatro Cervantes. A la bancada que junto a la reja encierra la cuadratura de la Merced, le acompañan escasos ejemplos agraciados en nuestra almendra histórica. No han tenido suerte los bancos que como dados han caído sobre el tablero de la Alameda o los que discurren generosos a ambos lados de Alcazabilla. Tarde o temprano hasta el foráneo descubre que, en un banco al sol, solo se puede parar lo justo y en mes de invierno.
Ejemplares de árboles «fuera de serie» asoman de cuando en cuando por nuestras calles, con diámetros de copa que dan para dar sombra a todo un autobús. A todo un barrio le duele la indiferencia con que la municipalidad trata la semiesfera de sombra que genera el árbol monumento de Reding. Se merece algo más que un alcorque, ese espacio excepcional generado para la ciudad, desde la naturaleza. Construyan lugares amenos para la lectura y el libro volverá a las calles.