Defendamos la escalera
ÁNGEL PÉREZ MORA
la escalera nos permite manejar la gravedad sobre nosotros. Nos expulsa de la planeidad de nuestra existencia para darnos realce.
Por gente que frecuentaba las calles fueron inventados teléfono y fotografía. A diario nos movemos entre hallazgos impresionantes que llegaron desde el anonimato y carecen de monumentos en las ciudades. Uno de ellos es la rueda, otro es como un hada madrina para nuestros lugares: la escalera.
Ni la vemos, hasta que topamos con ella. Y requiere toda nuestra atención al usarla como conducir un coche, pues es una máquina peligrosa. La escalera es una máquina, a la que nosotros ponemos el motor. Ella hace posible la cohabitación entre calles y edificios. El arquitecto Oscar Busquets señala que uno de los inventos fundamentales del hombre fue el plano horizontal, gracias al cual el hombre pudo pensar al liberar su atención del acto de andar. Y el plano horizontal trajo otro invento a la par, los escalones, que nos permiten cambiar de un plano a otro.
Con un movimiento suave y ritmado, la escalera nos permite manejar la gravedad sobre nosotros. Nos expulsa de la planeidad de nuestra existencia para darnos realce. Esto enseguida lo aprendieron los amigos de la ceremonia y el boato, separando a pueblo y creyentes de sus reyes y dioses, a veces con solo tres simples escalones. La tierra se pobló de muy distintos pueblos y culturas, y todos, cada uno a su bien hacer y entender, construyeron escaleras.
Si pienso en Paris, no tarda en venir a mi cabeza la sucesión ascendente de líneas curvas y rectas que conducen mis pies al Sacré Coeur de Montmartre. Y cuando pienso en Roma se me amontonan cientos de imágenes de escaleras: la rimbombante escala del Campidoglio, la que parece llevarnos al túnel del tiempo en el interior del Vaticano y el enrevesado ascenso-descenso entre flores de la Piazza de Spagna a la Trinitá dei Monti. Puedo resumir mis recuerdos de las ciudades de Italia en una suma de escenas dónde personas animadas conversan, sentadas o en pie, en grupos irregulares y siempre escalonados.
La amenidad de las ciudades mediterráneas, cultivada sobre miles de escaleras, vive hoy amenazada, por culpa de rígidos legisladores. Nunca más podrá construirse un atrio como el que antecede al hiperespacio de nuestra catedral. La altura de sus escalones está fuera de ley del correcto edificar. Si se aplica la normativa de accesibilidad a nuestros castillos quedarán todos proscritos y prohibida su visita. Parece que el legisla no piensa, pues la razón de ser de un castillo no es otra que ser inexpugnable en su emplazamiento, o sea inaccesible.
Cuando pasen por la Aduana, no dejen de subir y bajar por su escalera imperial, al paso del legislar actual, cualquier día puede quedar clausurada por su tabica descomunal. En el futuro próximo no podrá nacer Hitchcock, pues no encontrará casa construida donde situar a Rebeca a final de plano, en lo alto de una pila de escalones sin descansillo intermedio.
No habrá más escaleras con ojo central que da para saludar y de paso espiar a los vecinos de otras plantas. La ordenanza de bomberos no permite que se construya ni una escalera más donde poder mirarse entre pisos. Adiós al neorrealismo del cine italiano.
Nuestra vida de hoy se hace sobre una ciudad diseñada en tiempo pasado. Nuestra cultura se cocina en espacios cotidianos que han sido concebidos entre barandas, ojo-patios y rellanos. El buen hacer arquitectura reclama que se revise una legislación torticera, que condena a las escaleras a meterse en cajones. Dejen paso al libre diseño de todo tipo de escalas y escalinatas, pues la escalera fue libreto del teatro de Buero Vallejo, emplaza las mejores escenas del cine y es por sí sola capaz de transformar el espacio más anodino en un lugar nuevo y amistoso.